Como resultado del pecado original, la naturaleza humana se debilita. El bautismo, al impartir la vida de la gracia de Cristo, quita el pecado original y nos devuelve a Dios. Las consecuencias de esta debilidad y la inclinación al mal persisten, y a menudo cometemos pecados personales o reales.
El Sacramento de la Reconciliación es uno de los aspectos más singulares y bellos del catolicismo. Jesucristo, en su abundante amor y misericordia, estableció el Sacramento de la Confesión, para que nosotros, como pecadores, podamos obtener el perdón de nuestros pecados y reconciliarnos con Dios y la Iglesia. El sacramento “nos lava y limpia”, y nos renueva en Cristo.